PERRO, HIJO DE PERRA (1997)

De El Seguidor / El Secuaz, paráfrasis del poema «Aldebarán» de Miguel de Unamuno

Algunos poemas marcan y dejan huella. No sabría decirte como llegué a él.

Lo vi, leí y guardé y me ha acompañado durante muchos días de mi vida. Quizás los más oscuros.

Adoro este poema, porque en todos nosotros hay algo de cruel. No es tanto por el maltrato animal, porque es palpable. Leerlo me lleva a reflexionar, como sus amos siguen con sus vidas, con tranquilidad y sin cuestionarse lo que hacen. Este poema me lleva a pensar en conceptos como la esclavitud, la ignorancia, las prisas y en definitiva a entender la maldad como la incapacidad de ponerse en la piel de otro. En el puro egocentrismo de ir más allá de uno mismo, que no es más que el resultado de no pararse a mirar en las pequeñas cosas.

Nací como un perro de una hembra atada con cadena de acero en medio del patio, atento a mamar de la nada, pues la sucia y desgreñada criatura apenas recibía cada día un seco mendrugo, un hueso sin esencia, una fruta podrida.

Mientras fui incapaz de marchar por mí mismo, se me dejó en la libertad inútil de mis propias limitaciones, pero en cuanto mi fortaleza y edad hicieron pensar en que pudiera escaparme, también yo fui atado a la misma estaca con cadena parecida en el patio sin fin.

Aprendí que los días son diferentes de las noches, por la soledad y el hambre, que se duplican en esos momentos, por los golpes que disminuyen, por la cansada desazón de mis huesos.

Aprendí que los humanos son poder y maldad y piedra y espanto. Y que nunca cesan, ni descansan, ni desaparecen, ni se consumen, ni mueren.

Aprendí que el rugido de mi garganta es inútil, nada lo escucha, nada significa, nada responde.

Aprendí que la desgracia no une, separa, pues, que la hembra y yo pronto nos disputamos como perros los escasos mendrugos y los podridos huesos.

Aprendí que el sol es enemigo, y el frío es enemigo, y es enemiga la luz, y enemiga la oscuridad, y enemigas todas las criaturas.

Supe que todo era enemigo, qué enemigo y algo son palabras idénticas.

Aprendí que la paciencia nada consigue, la esperanza nada consigue, la ferocidad nada consigue, la suavidad nada consigue.

Quise ser hombre y luego quise no ser hombre y luego quise ser hombre en un mundo de perros y luego quise no ser.

Aprendí que con querer nada se consigue.

Fui soltado un día y obligado a correr y perseguir y esperar y obedecer y consentir. Y aprendí que no se puede aprender nada nuevo cuando ya se ha aprendido todo, pues en la cadena yo ya había aprendido todo eso. Aprendí, pues, que la libertad no existe, o no es distinta de la estaca del patio, todo lo más una variante del hambre y de la sed.

Aprendí que la edad limita, corta, recorta, pudre, mata.

Aprendí que la muerte no existe, o no es distinta de la estaca del patio, todo lo más una variante de la sombra y de la noche.

Por eso yo, perro hijo de perra, doce años atado a la estaca del patio, irisado de odios que ni siquiera puedo comprender, te pregunto a ti, estrella atada a la estaca del patio, encerrada en la noche, Aldebarán de roja pelambre, si quieres que cambiemos de destino la próxima vez que se nos llame a la existencia.

Todo antes que ser hombre.

 

(De El Seguidor / El Secuaz, paráfrasis del poema «Aldebarán» de Miguel de Unamuno, Salamanca, Ministerio de Educación y Ciencia, 1998, p. 62).

 

Información bibliográfica

Título: El seguidor. El secuaz: es una paráfrasis libre del poema «Aldebarán», de Miguel de Unamuno, Salamanca, Ministerio de Educación y Ciencia, 1998, p. 62)
Autor: Miguel Cobaleda Collado
Editor: Centro de Profesores y Recursos de Salamanca, 1998
ISBN: 8489005184, 9788489005181
N.º de páginas: 94 páginas

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